CITAS

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"..nuestro amor fue como la luz de las estrellas, murió mucho antes de que nos enteráramos de ello.."


(pasaje de la novela)
LuisAndrésCabezosEsparcia

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1 LA POSTHIBERNACIÓN

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Los párpados comienzan a crecer hacia el techo. Son autónomos y menos pesados que la noche anterior. Las dos luces, una directa, cegadora y solar; y otra rebotada en los colores que los objetos realmente no poseen, llegan a las pupilas, que interpretan este hecho como una invitación a un nuevo día. Luminancia y crominancia estimulan los bastones y los conos de los globos oculares y, casi sin que uno se percate de ello, los párpados han abierto la persiana del todo y la primera decisión del día se asoma al cerebro: ¿seguir abiertos o cerrarlos un rato más?

Cairo probablemente habría elegido, como cada día, permitirse remolonear algo de tiempo antes de despertar, pero ese día no. Ese día vibra, desde los pies hasta el último de sus cabellos. Se siente tan desubicado a pesar de su componente horizontal que decide abrir del todo los ojos y vivir.

A medida que va pasando lista a sus sentidos se percata de que está en movimiento. Esto es, ciertamente, paradójico: Gracias a la acción de la Gravedad nos movemos a casi mil seiscientos ochenta kilómetros por hora estando parados y en cuánto se suman a estos unos ochenta más nos damos cuenta de que estamos en movimiento. Mientras, el sonido es armónico y artificial, una vibración resonadora que utiliza al cuerpo como instrumento. Todo es más vacío dentro de un vagón de tren, con su luz de tungsteno de hospital que convierte a todo lo visto en algo más verdoso de lo habitual.

¿Por qué? ¿Cómo ha llegado Cairo hasta ese ferrocarril? No lo sabe, ese día no recuerda nada de su pasado y no le preocupa, porque no es consciente de que no recuerda. Él sólo ha despertado ahí, en el asiento central del vagón, y lo único extraño en él es que examinándose no recuerda dónde están sus zapatillas deportivas, unas Adidas blancas con las listas negras, rojas y amarillas, los colores de la bandera alemana. Es lo único que echa en falta, mientras en su cabeza sólo existe, recién despierto, una pregunta: ¿Cómo ha llegado hasta ahí? Para ello comienza recordando detalles sencillos: Se llama Cairo Saeba, es natural de Cosmópolis (de la segunda generación de la ciudad) y anoche no estaba en ese tren. ¿Dónde estaba anoche? Es en ese instante cuando es consciente de que no recuerda absolutamente nada. Cairo observa:

El vagón es de unos ocho metros de longitud y en su interior hay unos veinticuatro asientos distribuidos uniformemente: dos filas de cuatro asientos enfrentados, dos filas en el sentido del viaje y otros cuatro más enfrentados al final. Él está acostado, y mientras observa sus tapicerías trata de encontrar un recuerdo que le lleve hasta saber cómo ha llegado al vagón. Éstas son considerablemente viejas, de un púrpura estampado y horroroso, uniforme y de color desgastado por la acción del sol, que concuerda con el amarillo amortajado del metal interior del tren. Entretanto mira a través de su ventanilla y comienza a descubrir paisajes, todos ensombrecidos por el atardecer o el amanecer, porque no sabe que hora es, o si está al Norte o al Sur.. mientras sigue vibrando. Esos paisajes le son extrañamente familiares, y no sabe por qué, pero no tiene prisa, quiere comprender primero. Disfruta del paisaje, de un verdor casi embriagador, riquísimo en matices rojos, marrones y detalles imperceptibles, como si cada uno de esas instantáneas explotara decadentemente en su interior. Observa los raíles y se siente incómodo, porque él no se lleva bien con las rectas: para Cairo Saeba la vida es curva, natural, evolutiva y adaptable y no puede concebir la intención de seguridad humana de buscar la recta para encontrar la paz y controlarlo todo, como una bandera en la luna o algo así. Y en ese pensamiento se pasea hasta que al fin entran en el vagón una pareja joven, comiéndose a besos y felices (o eso parecen). Cairo intenta hablar con ellos para preguntarles acerca de dónde está y cómo ha llegado hasta ahí, y de adónde se dirige ese tren.

Les mira  a los ojos y siente una extraña ausencia, lo que le recuerda que hace poco estuvo en un funeral. No recordaba de quien, si era querido o conocido, y esa sensación no era muy diferente a la que siente en estos momentos. Cuando hace el amago de hablar, se da cuenta de que los dos extraños no le oyen o hacen como si no lo hubieran hecho, y con toda su educación sigue mirando a través de la ventanilla, como si estuviera castigado, tratando de encontrar un recuerdo cercano, mientras el paisaje se va tornando cada vez más árido y lleno de higueras, eucaliptos y pinos; y las verdosas y lejanas montañas y las grises y afiladas nubes comienzan a ser verticales, lo cual le extraña mucho. Nunca ha visto nada igual. Merece la pena viajar en ese tren, a pesar de no recordar nada más. Está preocupado porque está descalzo. Ante la extraña percepción, mira de nuevo a la pareja e intenta decirles algo, pero siguen sin escucharle, están demasiado ocupados en mirarse a los ojos como para perder el tiempo con un desconocido que lo único que sabe es que vibra mientras vuelve a mirar los raíles perfectamente brillantes. Decide dejar de pensar.

De repente, el color del cielo se vuelve más anaranjado y cálido y Cairo siente una voz hablándole, muy cercana, casi familiar y llena de amor. No puede reconocerla ni sabe que dice, pero sabe que es una voz femenina, suave, aguda y grave al mismo tiempo, en armónicos tranquilizadores, hipnóticos y casi sedantes. Vuelve a dormir.

Cuando despierta todo afuera está oscuro, y hasta que no repara en fijarse detalladamente no se da cuenta de que el tren está atravesando un túnel. Es entonces cuando la luz fluorescente comienza a hacer efecto en todos los pasajeros, que han aumentado mientras descansaba. Ahora el vagón está casi lleno de personajes muy diferentes: sigue la pareja feliz de antes y se les ha sumado una familia de inmigrantes (él, bigote; ella, abbaaya; y los niños, un lanzador de pompas), un hombre solitario que mira sin cesar a la oscura ventanilla, una mujer embarazada cerca suyo leyendo un libro realmente pequeño y tres chicos que vuelven de hacer deporte, como se puede observar por sus pantalones cortos y sus calcetas. De todos ellos, son el hombre solitario y la mujer lectora los que le produce algún extraño interés de conocimiento debido a su silencio y como no está conforme con la educación de la pareja de enamorados de enfrente, se levanta con la intención de acercarse al hombre solitario. Sigue sintiendo que está descalzo y busca debajo de los asientos sus zapatillas, pero no las encuentra, lo que si encuentra es un palo de madera con restos de algodón de azúcar que alguien dejó ahí tirado. Eso le transporta directamente a la nostalgia y a su primer recuerdo: su primer viaje en tren.

Tendría unos cinco años y recuerda Cosmópolis en sus principios: una ciudad opulenta y ególatra, grande hasta en sus esquinas y hermosa a cada mirada. Su padre le prometió ir a ver a su madre, que no vivía allí y para darle una sorpresa al niño, decidió llevarlo en tren a verla. Cairo recuerda cada horizonte y todo el mar al lado mientras el tren se desplazaba, recuerda los colores difuminados ya en su memoria y la sonrisa de su padre, que no volvería a ver a partir de ese día, porque entristeció para siempre. Por eso los viajes en tren para Cairo son beetersweet, porque les acercan mucho a la humanidad intrínseca a sí mismo, a pesar de que no haya hecho demasiados desde aquel día.

Y las zapatillas deportivas siguen sin aparecer. Cairo busca encima de los asientos, donde los viajantes guardan sus pertenencias, maletas, abrigos.. durante el trayecto, y descubre con sorpresa que lo que hay encima de las cabezas de la gente es un ejército de rosas rojas, amarillas y negras, formando una imagen en su retina como las de los puzzles que nos compraban cuando éramos pequeños. No comprende porque hay tantas rosas y recuerda la palabra rosa en una obra de teatro, que se decía igual en inglés (rosa), francés (rosa), español (rosa) y saradnapalí (rosa). Como ha cosechado dos recuerdos en tan sólo medio minuto comienza a sentirse más seguro y tranquilo, pues ya sólo es cuestión de tiempo recordar que hizo la noche anterior y lo más importante en ese momento, dónde están sus Adidas. Entonces una nueva explosión de luz renueva sus ojos: acaban de salir del túnel y desde la ventanilla observa el mar, ligeramente inclinado éste, lo que indica que están descendiendo. Cairo se levanta al fin y se sienta frente al hombre solitario. De larga melena blanca y barba desarreglada, sus ojos son profundos y tristes, su boca desesperanzada pero el rostro en general transmite una sensación de paz y sosiego. Parece haber vivido mucho, y tras la chaqueta negra de vestir porta una elegante camisa de color azul abierta algo mínima por el pecho, en el que una fotografía de un reloj cuelga de una cadena. Cairo se siente atraído por esa imagen y trata de preguntarle por qué la lleva al cuello. El hombre también hace como que no le escucha o directamente tampoco lo hace, lo cual lleva a Cairo a cuestionarse un poco lo que ahí está ocurriendo. Recapitula: Despierta en un vagón de tren descalzo, no puede ser oído y ocurren cosas extrañas ahí dentro. Activa el chip de la hiperlógica para tratar de explicar el por qué de todo eso. Comienza a gritar al hombre solitario y éste tampoco le oye ni hace gesto alguno. Cairo busca el teléfono pero resulta que en ese tren no tiene nada de cobertura. Además tiene la guía de contactos y los mensajes borrados, salvo un nombre: Daniel Pi. No recuerda a nadie que se llamara así, y dado que no recuerda casi nada, tampoco le preocupa que no le suene absolutamente de nada. Lo que sí que no lleva encima es el reloj, curiosamente el mismo que el hombre solitario lleva en la fotografía colgada al cuello.

Cairo comienza a hablar a todos los presentes que no le oyen mientras ellos siguen conversando casi cada uno de sus cosas: los tres deportistas comienzan a hablar de ética mientras que el hombre solitario se ha acercado a la pareja para hablar un rato del viaje. Los padres juegan con los niños y la única que se queda como estaba es la mujer encinta. Él la observa, trata de traspasar su piel mirándola, tratando de comprenderla y, sobre todo, saber lo qué está leyendo que hace que no esté en ese vagón, sino en el Universo propio de su imaginación. El libro es extremadamente pequeño, del tamaño de la palma de la mano. Cairo se acerca a mirarla, con la intención de ser observado y el Destino le regala una nueva negativa. Tampoco parece que le vea. Aún así se acerca a su brazo derecho y lee detenidamente el texto:

[..]

helicón.                    ¿Qué cosa?

calígula.                  Lo que yo quería.

helicón.                    ¿Y qué querías?

calígula                   (siempre con naturalidad). La luna.

helicón.                    ¿Qué?

calígula.                  Sí, quería la luna.

helicón.                    ¡Ah! (Silencio. Helicón se acerca.) ¿Para qué?

calígula.                  Bueno... Es una de las cosas que no tengo.

helicón.                    Claro. ¿Y ya se arregló todo?

calígula.                  No, no pude conseguirla.

helicón.                    Qué fastidio.

calígula.                  Sí, por eso estoy cansado. (Pausa.) ¡Helicón!

helicón.                    Sí, Cayo.

calígula.                  Piensas que estoy loco.

helicón.                    Bien sabes que nunca pienso.

calígula.                   Sí. ¡En fin! Pero no estoy loco y aun más: nunca he sido tan razonable. Simplemente, sentí en mí de pronto una necesidad de imposible. (Pausa.) Las cosas tal como son, no me parecen satisfactorias.

helicón.                     Es una opinión bastante difundida[1].

 

¡Es el Calígula de Camus! Cairo trata de recordar algo relacionado con este hecho, y un escalofrío le recorre toda la espalda hasta llegar al eje del cerebro, pero no puede relacionarlo con nada. Sólo es consciente de que, de algún modo, le excita, no le deja indiferente.

El ferrocarril, mientras tanto, sigue descendiendo, y ya está cambiando su trayectoria diagonal por la vertical. Es el primer tren que conoce que se transporta verticalmente, hasta el fondo de algo. Los paisajes cada vez comienzan a ser más pobres en imágenes y únicamente son colores cálidos y difuminados a través de la ventanilla. Hasta que, de pronto, al otro lado, sólo hay estrellas y planetas. Cairo no comprende por qué el tren viaja por el Universo. Comienza a cuestionarse si realmente está vivo o está inmerso en uno de sus sueños transcendentes. ¿Dónde estaba anoche? Es lo único que ronda en su cabeza, una vez superada por el estelar viaje. Durante esa sensación los deportistas comienzan a pegarse puñetazos en los hombros y los niños juegan a hacer las pompas de jabón hacia dentro en vez de hacia fuera. Todo comienza a ser más veloz, no sólo el viaje. Cada acción empieza a ser acelerada, mientras afuera los asteroides comienzan a agruparse en forma de palabras: ¿dónde?, libreta, análisis o curriculum vitae son algunos ejemplos de esta comicidad interestelar. Y el vagón pasa de ser simétrico a asimétrico y su luz cambia de fluorescente a ligeramente azulada. Cairo comienza a sentir intranquilidad y agobio, están ocurriendo demasiadas cosas y están llegándoles hasta el corazón, olvidando ya el filtro cerebral.

Cairo siente un golpe en su mejilla, pero no sabe de dónde proviene. En ese instante los niños señalan a través de la ventanilla. El tren comienza a reducir revoluciones y a decelerar, de tal modo que cuando se percatan de ello, debido a la velocidad interna del vagón, está completamente quieto, delante de una estatua. Una magnífica estatua en mitad del Universo, de dimensiones planetarias. Es alargada y afilada como una espada, rodeada de dos grandes círculos perpendiculares que contienen un triángulo invertido con tres bandas a sus laterales. Todos los personajes, a excepción de la mujer embarazada, dejan de realizar cualquier acción: la pareja para en seco sus besos y se acerca hasta tener la frente en la ventanilla, el hombre solitario alza la mirada y deja una intrigante muestra de fe a través de su mirada, larga, casi eterna e instantánea a la vez. Los jóvenes deportistas colocan la mano en su pecho en la postura clásica de interpretación de himno y la familia extranjera mira, sin levantarse, quedando los niños pegados al cristal de una manera casi magnética. En la estatua que flota recta e impasible en el Espacio hay una leyenda a su pie, justo al final del filo de su recta, en el suelo, en la que Cairo, tras fijarse, puede leer:

 

Me odio. Prometo no volver a hacerlo más.

 

Esta cita hace que el escalofrío anteriormente vivido vuelva de nuevo, pero esta vez como el amanecer de una mariposa: suave, indoloro y carente de tensión. Siente el abrigo de haber vivido mucho tiempo en esa frase. No le chirría el encéfalo ni se siente vacío ante ella. Comienza a comprender que a lo mejor está dentro del espacio de sus decisiones y que necesita saber qué bebió la noche anterior para poder responder por qué está ahí. Ya no le importa tanto que las personas (si lo son) no le hablen dentro de ese tren ni cómo ha llegado hasta ahí, sino qué es ese vagón, no sin cierta sensación de miedo provocada por el desconocimiento más absoluto, precario, como antes de besar o herirte por primera vez. El cerebro centrifuga y sabe que no puede dormir, que no va a mejorar nada haciendo esto. Necesita estar atento a lo que ocurre, como si le hubiera tocado vivir en el corazón de un enigma, no sabiendo salir de él hasta comprender trascendente, total y cosmológicamente la situación. Cuando termina de analizar todo esto, observa que todo el mundo en el vagón se ha quedado dormido, con lo que estaban haciendo. Cairo observa que el vagón tiene dos puertas en sus extremos y esta parado, y considera que es el momento de escapar de ahí. Se acerca a la primera de las puertas, y cuando la atraviesa le devuelve a un vagón exactamente igual al anterior, todavía con todos durmiendo y hasta con.. ¡él mismo! Se reconoce en ese instante, mientras pensaba en vivir en el corazón del enigma. Intenta despertar a su imagen y no consigue nada. Observa también que los colores y la iluminación han cambiado, no recuerda ese instante así, en tonos cálidos y cercanos, y la estatua ha cambiado de forma, ahora es un delicioso tallarín vegetal del tamaño de Saturno.

Decide seguir hacia el siguiente habitáculo, en el que vuelve a encontrar a todos los elementos iguales, pero esta vez antes de dormir, con los deportistas en posición de himno (pero esta vez mirándose a los ojos unos a los otros en vez de hacia el frente), los niños juegan a quitarse las dentaduras postizas uno a otro (!!!), la mujer embarazada no está embarazada y en vez de leer el Calígula está escuchando música en un discreto mp3 del tamaño de la palma de su mano, los padres han entablado una conversación con la pareja y el hombre solitario comienza a mirar fijamente al Cairo del vagón, no a sí mismo, mientras ese Cairo mira a la mujer embarazada. La estatua ha cambiado, y esta vez son tres iniciales enormes, encima de la inscripción: SED (iniciales, piensa Cairo de forma auto-jocosa, de serotonina, epinefrina y dopamina, los tres componentes con los que la materia gris trabaja casi todas nuestras emociones) y el vagón está vez está repleto de chorizos, longanizas y morcillas en su interior, como si de una barraca huertana se tratara.

Cairo se para a detenerse a sí mismo, golpea en la mejilla del Cairo imaginario, pero nada ocurre en él..

--SEGUIRÁ::

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“Cualquier cosa que imagines comienza en esta página. Todo cuánto acontezca está escrito con la tinta de tus pasos y el aire provocado por los dedos de tu pensamiento.. espero que algún día comprendas esto para comenzar a caminar en un mundo tan deshumanizado que, sorprendido de su propia singularidad, tiene como un nuevo objetivo violar a la esperanza..”

LuisAndrésCabezosEsparcia

Antesdeempezaracontarloqueesseguroqueocurrirá..

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hoy comienzo yo y muere luis

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elijo la vida de una puta vez..juego!


audio: weezer - falling for you.mp3

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